HONOR A LA VIRGEN DEL CARMEN


La devoción por la Virgen del Carmen la conozco desde niña. Mi abuela Candelaria era fiel devota de María con su hijo Jesús en brazos, retrato que guardaba como un gran tesoro entre sus libros de oración, desgastados por el tiempo y su extremado uso. Mi abuela rezaba el rosario de rodillas en su habitación, en el cementerio, en la iglesia y en cualquier otro lugar donde pudiera presentarse la ocasión. Aún recuerdo los callos que se fueron formando en sus rodillas a lo largo de los años. Era la boticaria del pueblo, de gran fama por los aciertos de sus recetas. Y como no podía ser de otro modo su botica se llamaba “Virgen del Carmen”. Su última voluntad fue ser enterrada con el hábito carmelito, deseo que mi madre cumplió al pie de la letra.
El 16 de julio, Día de la Virgen del Carmen, es para mí significativamente especial y emotiva, puesto que hace 15 años, en esa misma fecha, nació mi hijo mayor Bruno, mi fiel y buen compañero. Cuando llegué al Pabellón de obstetricia, con los dolores de parto, no encontré a ningún médico ni enfermera, todos se encontraban en la misa en honor a su santa patrona. Me alegré al saber que traería a mi hijo en esta fecha tan celestial. Bruno nació a las 2:45 pm sin ninguna complicación y lo pude llevar a casa al siguiente día.
Hoy en día tengo la certeza que la Virgen del Carmen está estrechamente ligada a mi vida. Cuando reporteaba en el penal de Picsi cubría noticias de las malas pero también de las buenas, y entre esas tantas, era infaltable en la celebración por el Día del Preso, cada 16 de julio, en honor a la Virgen del Carmen, esa madre celestial que es ejemplo de maternidad y cubre con su santo manto a los desposeídos que equivocaron el camino y hoy lo pagan con la privación de su libertad. Honor a la Virgen del Carmen, que con tanta devoción invocó mi abuela en su lecho de muerte, y la que por mandato divino guía mi vida.

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