EL SILENCIO DE OLLANTA


Pese a los escándalos desatados por la cárcel dorada de su hermano Antauro, la contratación de su cuñada en Beca 18, y la desactivación del Programa Gestores que sirvió de agencia de empleo a los Nacionalistas, el presidente de la República Ollanta Humala guarda silencio.

El silencio del mandatario de la Nación puede ser interpretado de distintos modos. Podríamos pensar que no tiene nada que decir porque los hechos son evidentes y haría mal en defender lo indefendible, que evita sobreexponerse y desgastar su imagen dejando que sean los ministros de Estado y Congresistas de su bancada quienes se “quemen” ante la opinión pública, o que espera prudentemente las investigaciones pertinentes para pronunciarse sobre el particular.

Sea cual sea el razonamiento del jefe de Estado, lo cierto es que nos deja una sensación de falta de autoridad, decisión y voluntad política para deslindar con la corrupción que sigue vivita y coleando en todas las esferas del gobierno.

Su silencio lo vuelve cómplice de los delitos que se cometen en su entorno a vista y paciencia de todos los peruanos que votaron por él pensando que su formación militar era un valor agregado que utilizaría con mejor resultados – a diferencia de sus competidores civiles- para combatir la corrupción y la delincuencia.

Era común escuchar decir a los más radicales que el “comandante Ollanta Humala fusilaría a los corruptos”. Si bien esta era una medida extrema, anticonstitucional y tal vez, figurativa, el fondo del asunto es que Ollanta Humala era la esperanza para acabar con las lacras que destruyen nuestra sociedad.

La figura del Mandatario parece debilitarse, contrariamente a un militar ahora con don de mando constitucional, vemos a un Ollanta influenciado por su esposa Nadine Heredia, presionado por sus padres y a merced de su partido donde debería poner orden y disciplina. Sino enrumba, su inacción podría pasarle la factura.

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