EN NOMBRE DE LA GOBERNABILIDAD
En nombre de la gobernabilidad se cometen muchos excesos, omisiones y pecados.
Días atrás se recordó el autogolpe del 5 de abril, fecha en la que don Alberto Fujimori, en un mensaje a la nación anunció "Disolver... disolver el Congreso y reestructurar el Poder Judicial...", instituciones que luego sometió para su vil propósito de perenizarse en el poder.
En aquella época los diputados y senadores tenían bajísima popularidad y poca sintonía con el pueblo porque se enfrascaban en debates estériles y poco productivos, que no aportaban en nada a la solución de los problemas del país.
Por aquel tiempo, los terroristas -que fueron tratados como "abigeos" en el Gobierno de Fernando Belaúnde Terry y actuaron como "Pedro" en su casa en el primer Gobierno de Alan García Pérez, - se desplazaron del campo a la ciudad, acarreando consigo voladuras de torres de alta tensión y detonaciones de coches bombas.
Al recordarse un año más del autogolpe, los "ultra defensores" de la democracia, la institucionalidad y la Constitución han salido a rasgarse las vestiduras, olvidando la coyuntura y la crisis política, social y económica que se vivió en su momento.
El pueblo apoyó la medida radical de Fujimori, no porque estuviera a favor de la dictadura sino porque estaba cansado de tanta demagogía de los partidos tradicionales. En ese contexto aplaudió que el "Chino" mandara a su casa a los políticos "parlanchines" y a las "vacas sagradas" de los jueces y vocales que habían hecho del Palacio de Justicia su chacra personal. Sin embargo, nadie cuestiona la responsabilidad de esos políticos y magistrados que de villanos pasaron a ser víctimas del sistema. Tiempo más tarde, el aval popular de ese momento, nos pasó la factura y el remedio salió más caro que la enfermedad.
Por eso Fujimori fue condenado por ese mismo pueblo que lo apoyó en el 92. Fue vapuleado por los escandalosos y deplorables actos de corrupción registrados en su primer, segundo y tercer período de Gobierno, por los excesos en la lucha antiterrorista y por su cobardía al renunciar por fax desde el extranjero.
Cuántos excesos u omisiones cometen poniendo como escudo la gobernabilidad. Sin duda son muchos, sin embargo, el pueblo es lo bastante sabio para levantar la voz y protestar cuando de por medio está la defensa de la democracia y los principios y valores nacionales.
Días atrás se recordó el autogolpe del 5 de abril, fecha en la que don Alberto Fujimori, en un mensaje a la nación anunció "Disolver... disolver el Congreso y reestructurar el Poder Judicial...", instituciones que luego sometió para su vil propósito de perenizarse en el poder.
En aquella época los diputados y senadores tenían bajísima popularidad y poca sintonía con el pueblo porque se enfrascaban en debates estériles y poco productivos, que no aportaban en nada a la solución de los problemas del país.
Por aquel tiempo, los terroristas -que fueron tratados como "abigeos" en el Gobierno de Fernando Belaúnde Terry y actuaron como "Pedro" en su casa en el primer Gobierno de Alan García Pérez, - se desplazaron del campo a la ciudad, acarreando consigo voladuras de torres de alta tensión y detonaciones de coches bombas.
Al recordarse un año más del autogolpe, los "ultra defensores" de la democracia, la institucionalidad y la Constitución han salido a rasgarse las vestiduras, olvidando la coyuntura y la crisis política, social y económica que se vivió en su momento.
El pueblo apoyó la medida radical de Fujimori, no porque estuviera a favor de la dictadura sino porque estaba cansado de tanta demagogía de los partidos tradicionales. En ese contexto aplaudió que el "Chino" mandara a su casa a los políticos "parlanchines" y a las "vacas sagradas" de los jueces y vocales que habían hecho del Palacio de Justicia su chacra personal. Sin embargo, nadie cuestiona la responsabilidad de esos políticos y magistrados que de villanos pasaron a ser víctimas del sistema. Tiempo más tarde, el aval popular de ese momento, nos pasó la factura y el remedio salió más caro que la enfermedad.
Por eso Fujimori fue condenado por ese mismo pueblo que lo apoyó en el 92. Fue vapuleado por los escandalosos y deplorables actos de corrupción registrados en su primer, segundo y tercer período de Gobierno, por los excesos en la lucha antiterrorista y por su cobardía al renunciar por fax desde el extranjero.
Cuántos excesos u omisiones cometen poniendo como escudo la gobernabilidad. Sin duda son muchos, sin embargo, el pueblo es lo bastante sabio para levantar la voz y protestar cuando de por medio está la defensa de la democracia y los principios y valores nacionales.
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