EL ABORTO, LA CRUZ MÁS PESADA

En Semana Santa, fiesta mayor de reflexión, en la que los cristianos hacemos un alto a nuestras vidas para meditar la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, concluimos que con muchas de nuestras acciones, seguimos traicionando a Jesús como lo hizo Judas Iscariote, su discípulo, amigo y seguidor.

Tal vez la traición más grave y la cruz más pesada que ponemos sobre los hombros del Mesías sea el aborto, aquel acto criminal que se ejerce contra un ser inocente, indefenso, que no pidió venir a este mundo, sin embargo, es expulsado sin misericordia del lugar más cálido: el vientre de su madre.

“Con cada aborto que se produce en la tierra, el cielo tiembla” revelaba doña Gloria Polo, una colombiana que aseguraba volvió a la vida luego de sufrir graves quemaduras por un rayo que fulminó su cuerpo.

Y es que no hay acción más detestable para Dios que la muerte de uno de los seres más amados de su creación, aquel que es testimonio de la unión de un hombre y una mujer, que voluntariamente eligieron estar juntos.

Las estadísticas revelan que millones de no nacidos son exterminados con la penosa complicidad de su madre y con la ayuda de profesionales que paradójicamente estudiaron para salvar vidas, devolver la esperanza y la salud a sus pacientes.

Videos revelan que aquel indefenso ser se defiende de su agresor, que libra su propia batalla por sobrevivir, que sufre y siente dolor. No tiene voz, pero si un corazón que late, desde que fue concebido. Se trunca, una vida, se trunca un sueño.

No permitamos que más neonatos sigan muriendo en manos de abusivos criminales pues por donde se le mire el aborto es un delito que debe ser penado con todo el peso de la ley porque tiene todos los atenuantes: premeditación, alevosía y ventaja. Aligeremos la carga a Jesús evitando que más seres humanos sigan muriendo en el vientre de su madre.