HONOR AL MAESTRO


Hace unos días se celebró el Día del Maestro Peruano, en honor a los hombres y mujeres que contribuyen a la formación académica y humanística de nuestros hijos. Justo homenaje, para aquellos buenos maestros que con sacrificio, vocación de servicio y amor dedican sus mejores años al apostolado de la docencia. Sin embargo, no todos merecen nuestro respeto y reconocimiento porque hay maestros y maestros, especialmente en la educación pública, que en los últimos años está venida a menos, no sólo por la deficiente infraestructura y currícula desfasada sino por la politización de los gremios sindicales- más divididos que nunca – y que poco o casi nada hacen por los hombres del saber. Al parecer su consigna es “de que se trata para oponerme”. Rechazan todo. Últimamente se oponen a su incorporación a la carrera pública magisterial pese a las ventajas que ofrecen a los profesores. Para mí maestros son los de antaño. Mi madre fue maestra unidocente en el área rural de la frontera con el Ecuador. Como buen soldado del Magisterio, sirvió en los caseríos de Gramalotes, Yandilusa y Mandinga, donde era la autoridad y ejemplo de sus discípulos. La ubicación recóndida de dichos lugares y las condiciones precarias en que vivía sin servicios básicos como agua, desagüe y luz, no la amilanó para cumplir con su deber . Con seis hijos a cuestas, supo salir airosa del reto asumido. No gozaba de sus vacaciones sino las dedicaba a capacitarse en el glorioso colegio “San José” para obtener su título profesional expedido por la Nación. Lo logró. Ya en los últimos años fue destacada a la ciudad, donde dignamente se jubiló y años más tarde recibió con toda justicia las “Palmas Magisteriales” máximo galardón que otorga el Gobierno a los docentes de excelente actuación. Me siento orgullosa de mi madre doña Magna Isabel Solano de Soto, una brillante e intachable profesora que supo cumplir como esposa, madre y maestra.

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