EL MAR DA, EL MAR QUITA


Son las 12 del mediodía y los pescadores de Pimentel empiezan a desembarcar en la playa trayendo consigo las especies que a duras penas pueden capturar en altamar con sus rudimentarios aparejos. Sus siluetas van divisándose entre las olas que golpean con furia la arena marcando su territorio, mientras los “jaladores” salen a su encuentro para arrastrar el caballito de totora sobre la arena mojada. Decenas de curiosos se aglomeran para observar de cerca las especies que trae consigo en la bodega artesanal de la rudimentaria embarcación. Sus dorsos son cubiertos por chalecos hechizos de plásticos que impiden que el frío penetre sus huesos. El hombre frente a la naturaleza, pienso al imaginar a los hombres de mar en cada faena diaria que se inicia antes de salir el alba y culmina al atardecer. Los turistas toman fotografías y filman el desembarco de los valientes pescadores descendientes de Naylamp. La presencia de los hombres de mar son parte del paisaje turístico- cultural que ofrece nuestro Balneario de Pimentel. El mar nos proveé de alimentos, es el sustento económico de muchas familias porteñas, nos refresca con sus frías aguas, nos sorprende con su inmensidad y nos encandila con su aroma y color. Los pescadores ofrecen sus productos fresquitos saliditos del mar, uno que otro curioso se anima a llevarse algunas especies, la mayoría son vendidos a los restaurantes que ofrecen variados platos preparados con productos hidrobiológicos como cebiche, chicharrón de pescado y mariscos, tiraditos, tortillas de raya, entre otros. Uno de los hombres de mar comenta que sólo sacó 40 soles, de los cuales debe descontar 10 soles de la carnada. El día no fue fácil, pero al menos le permite sobrevivir en medio de la crisis. La escena de los pescadores me hacen rememorar aquella frase “el mar da, el mar quita” de uno de los personajes del célebre libro “Al pie del acantilado” de Julio Ramón Ribeyro, que vivía de la generosidad de la riqueza marina pero sufría con la pérdida de su hijo ahogado en el mar. El relato empieza con esta sensible frase “Nosotros somos como la higuerilla.... como esa planta salvaje que brota y se multiplica en los lugares más amargos y escarpados.... ella no pide favores a nadie, pide tan sólo un pedazo de espacio para sobrevivir...” termina mi paseo en la playa pero me voy con la idea que cada vez que pruebe un bocado de pescado pensaré en lo difícil y arriesgado que fue para un ser humano que ese producto llegue a mi plato.

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