LA ÉPOCA DE LOS FERROCARRILES
Cuando
cruzas el portón que te lleva a la vieja estación de ferrocarriles
en Puerto Eten pareciera que ingresas a una máquina del tiempo que
te transporta al pasado, a una ciudad fantasma, donde sólo queda
polvo y añorados recuerdos.
Siempre
escuché hablar del museo de Ferrocarriles en el distrito porteño,
sin embargo, dada la escasa información que brindan los lugareños
mi familia y yo tuvimos que dar varias vueltas antes de encontrar el
lugar donde antaño fue el emporio de las vías férreas.
Delante
de la vieja estación funcionan las oficinas administrativas de la
Municipalidad Distrital de Puerto Eten, y detrás de éstas, se hallan los restos de los
ferrocarriles que en su mejor época humeaban llevando los
cargamentos de azúcar que exportaban al extranjero por el muelle de
Eten.
Es
domingo y el apasible distrito de Eten parece imperturbable. El
parque principal luce desolado y en la playa uno que otro osado
bañista se zambulle en las frías aguas. Los únicos lugares concurridos son los restaurantes.
Mi
familia y yo entramos coincidentemente al "Nuevo Ferrocarril", un lugar
acogedor con techo de esteras y estructura de guayaquiles. Una
amplia jaula de pajaritos llama la atención de los niños, y por
supuesto de Luciana, mi hija menor. Es la tercera vez que visitamos
el lugar y quedamos satisfechos con la comida.
Nos
animamos a visitar la vieja estación de ferrocarriles que yace
abandonada. Nos asusta la soledad del lugar. A Luciana le
parece tenebroso y Bruno, mi hijo mayor, cree que ha ingresado a otra
dimensión del planeta, como aquellas películas de terror. A su
joven edad nada le asusta y se sube rápidamente a uno de los
vagones anclados en las oxidadas rieles. Mi esposo Carlos nos toma
las infaltables fotos del recuerdo. Allí no hay nada más que ver.
Sin embargo podemos imaginar el bullicio que originó en su época,
el ir y venir de los vagones, el trajinar de los trabajadores y la
presencia de comerciantes y foráneos. Fue la época de oro de Puerto
Eten. Ahora solo quedan recuerdos.
Cuenta
la historia que allá por los años 1865 llegó por estas tierras don
José García y García en busca de una bahía apropiada para
instalar un ferrocarril que debía unir el mar con los centros
comerciales azucareros del departamento, escogiendo la bahía de esta
pequeña caleta. Es así que el 3 de julio de 1867 se autoriza la
construcción del ferrocarril de Puerto Eten.
La
empresa, además del muelle, contaba con una extensa estación de
aproximadamente 6 hectáreas de terreno rodeado de casas para sus
trabajadores y empleados. Poseía una variada colección de
locomotoras, vagones, talleres, bodegas y autocarril.
Hoy
sólo queda el recuerdo, de aquella época de bonanza e intenso
trajinar en Puerto Eten. Este pequeño rincón chiclayano, es ahora,
un lugar apasible, ordenado y limpio. De calles asfaltadas y parques
bien cuidados. Las casitas de madera y cañabrava, con patios
delanteros, forman parte del atractivo del distrito costeño.
Dejamos
puerto Eten con la nostalgia de sus ferrocarriles los mismos que
deberían ser puesto en valor para promover el turismo y con la
certeza que en un tiempo no muy lejano volverá el bullicio y el
movimiento comercial con la construcción del Terminal Marítimo de
Puerto Eten, otro de los grandes anhelos lambayecanos.
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