UN DOMINGO EN EL PENAL



Mientras la música cumbiambera resuena a todo volumen en el interior de las cuadras, afuera en el patio, un soldado de Cristo reflexiona sobre la palabra de Dios. Con la garganta enronquecida se asegura que nadie deje de escuchar la enseñanza bíblica del día.

Es domingo, día de visita, los internos lucen sus mejores trajes para recibir a sus seres queridos. De a poco, las sillas y mesas, se van poblando. Saludan con afecto y van sacando de las bolsas los alimentos, ropa y demás accesorios traídos en este día especial.

Las carencias del lugar son mitigadas por las muestras de cariño y afecto de las mujeres que visitan a sus esposos, hijos y padres privados de su libertad. Mientras los familiares se reencuentran, algunos internos aprovechan la afluencia de público para vender rifas de artesanías que serán sorteadas al final del día.

Otros promocionan postres, cebiches, pollo al cilindro y demás potajes que son preparados para la ocasión. La música va cambiando de acuerdo al gusto y pedido de los oyentes. La más sonada “Una Cerveza” de Ráfaga, pasando por otras del mítico Chacalón.

El calor es sofocante. Refrescos helados son promocionados a viva voz. “Quién se va a decir” es la frase empleada por el publicista ambulante que recogen los pedidos al gusto de los clientes. Es hora del almuerzo, los potajes preparados con extremado cariño son puestos a la mesa. Una eventual oración, da inicio al almuerzo dominical en el lugar más humilde de la tierra.

Es hora del compartir. La mañana se pasó volando. La añoranza del pasado siempre fluye en las conversaciones, las anécdotas de la semana son parte de la sobremesa, se podría escribir un libro con tanta experiencia recogida. Cada interno, es un mundo. Miles de historias se tejen a diario. La tarde avanza y es hora de partir. La despedida es la más dura. Hasta el próximo domingo. Dios mediante hasta un nuevo reencuentro en el lugar más carente del planeta. Son seres humanos, pienso mientras formo la extensa cola para salir. Son las 4 p.m., la visita dominical culmina. Empieza una nueva rutina marcada en el calendario mental del hombre privado de su libertad.

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