LOS HOMBRES DE LA ACEQUIA SE HAN IDO
Los hombres de la
acequia, atrapados por el vicio de la droga, han quedado sin hogar.
Aquella zanja que les servía de refugio fue clausurada para dar paso
a la construcción de una moderna avenida.
Puedo imaginar su
indignación al descubrir su guarida aplanada por la maquinaria
pesada, puedo imaginar su angustia por la destrucción de su hogar
temporal, puedo imaginar su coraje por la indolencia de la sociedad
que los humilla públicamente.
Los hombres de la
acequia se han quedaron sin el lugar donde enterraron sus mejores
años, donde construyeron su mundo de fantasía a causa del
alucinógeno y donde ahogaron sus sueños y proyectos al doblegar el
rumbo de su destino por su propia voluntad.
Los hombres de la
acequia han migrado a otro lugar. Tal vez otra zanja, solar
abandonado o muro derruido los acoge momentáneamente. Tal vez habrán
deambulado durante días y semanas, antes de encontrar su nuevo
espacio, alejado del mundanal ruido que los perturba, los angustia y
los asusta en las horas de alucinación que estremece su cuerpo
envenenado por la droga.
Mi hija al
descubrir, desde el octavo piso de mi morada, que la acequia ya no
existe, que ha desaparecido como por arte de magia, piensa que los
hombres quedaron sepultados, le explico que no es así, que si acaso
fueron sorprendidos cuando la maquinaria aplanaba el terreno, habrían
huido hacia otro lugar. Suspira aliviada, los hombres de la acequia
se han salvado, dice.
Sin embargo, desde
el fondo de mi corazón, quisiera creer que el vicio de la droga si
quedó atrapado en el fondo de la acequia, que fue sepultado entre la
tierra rocosa y que por fin aquellos hombres han sido salvados de la
dependencia al veneno que aspiran e inyectan en su sangre.
Quisiera creer que
como en los tiempos de Jesús de Nazareth, el demonio ha sido
expulsado de sus cuerpos, ansío que el vicio quede fuera de sus
vidas, que regresen a casa, que abracen a sus hijos, padres y
esposas e inicien una nueva vida, retomen sus proyectos y
reconstruyan sus sueños rotos, que olviden el pasado, y continúen
su camino, ésta vez, de la mano de Dios.
Sin embargo, vuelvo
a la realidad, los hombres de la acequia no estarán nunca más a mi
vista cada mañana o cada atardecer, cada día soleado o nublado,
cada madrugada fría o cada noche oscura, pero lo más certero es que
estén en otro lado de la ciudad sucumbidos en el vicio de la droga
hasta que su cuerpo no resista más. Hoy rezamos un Padre Nuestro por
la partida de los hombres de la acequia para que un milagro los
retorne a su vida pasada mucho antes que la droga los atrapara en la
telaraña de la perdición. Que así sea.
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