¿CUANDO SE JODIÓ CHICLAYO?


Con las recientes lluvias, una vez más quedó en evidencia la vulnerabilidad de la ciudad de Chiclayo, cuyas vías quedaron inundadas por el agua y el colapso de los desagües que afloraron al estilo Venecia.

Los chiclayanos permanecimos literalmente con el agua hasta el cuello durante varios días, y pese haber transcurrido algunas semanas, los estragos aún se sienten: los desagües siguen aflorando a la intemperie y las calles permanecen sucias.

Lo más grave de la situación, es que los chiclayanos nos estamos acostumbrando a circular entre veredas rotas, calles anegadas, tachos de basura rebalsando, bolsas de desperdicios acumuladas en las esquinas y huecos en las pistas.

Chiclayo se ha convertido en un gran pueblo joven – con las disculpas que merecen los habitantes de estos sectores emergentes- donde a nadie parece importarle si avanzamos o retrocedemos, si nos hundimos o salimos, si caminamos hacia la gloria o nos vamos al mismísimo infierno.

Luis Heysen acuñó la palabra “chiclayolatría” al resumir el sentimiento de Juan José Lora quien en su poesía rítmica profesaba un exagerado amor hacia Chiclayo de antaño; y, a lo largo de los años, han sido muchas las razones por las cuales nos hemos sentido orgullosos de vivir en la Ciudad de la Amistad, el gran piloto del norte de Alfredo José Delgado Bravo.

Sin embargo, no ha quedado ni rastros de la chiclayolatría que debería emerger en el corazón de sus habitantes, flotando en el aire la gran interrogante: ¿cuándo se jodió Chiclayo?.

Tal vez se jodió cuando olvidamos la grandeza de nuestros antepasado los mochicas y sicanes, las proezas de nuestros héroes, y la grandiosidad de nuestros bosques, valles y mares.

Quizás se jodió cuando nos dejamos arrastrar por el conformismo, la mediocridad y la apatía, cuando empezamos a mirar la pelusa en el ojo ajeno sin percatarnos de la viga que tenemos en el nuestro.

Hemos hecho tabla rasa con la planificación y la prevención, hemos tratado de sacarle la vuelta a la misma naturaleza, sin embargo, ésta nos ha pasado la factura con creces.

Esta vez, ¿habremos aprendido la lección?. Lo más seguro es que volvamos a repetir la misma historia, en el mismo escenario y con los mismos actores.

Es tiempo de aprender de nuestros errores, de hacer un mea culpa, de asumir nuestras responsabilidades y compromisos como ciudadanos y chiclayanos.

Es hora de recuperar aquel sentimiento que nos lego el gran Juan José Lora: la chiclayolatría, para amar y respetar a la tierra que nos vio nacer y hacer de ésta una metrópoli limpia, ordenada y segura.

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